Hay muy pocos elementos comunes a todas las civilizaciones que ha alumbrado la humanidad. Algunos son espirituales, otros son sociales. Y al menos uno de ellos es material: el aprecio por el oro.
Tan preciado metal ha definido el valor económico de las cosas desde tiempos inmemoriales. Ya fuera en el corazón de la Roma imperial o en el apogeo de las culturas mesoamericanas, la ostentación del oro siempre estuvo asociada a un elevado escalafón social. El metal funcionaba no sólo como moneda de cambio para aquel puñado de privilegiados que pudiera acceder a él, sino también como símbolo de estatus, como medida de todas las cosas relacionadas con el prestigio y el poder.
¿Pero por qué el oro y no cualquier otro de los muchos metales y minerales que pueblan la geografía mundial? Es una pregunta que obedece tanto a la naturaleza geológica del mundo como a los usos y costumbres del ser humano. Hace algunos años, un ingenierio químico de la Universidad de Columbia, Sanat Kumar, se propuso diseccionar la tabla periódica para hallar la respuesta al misterio. En el camino, elaboró una magnífica guía para comprender las características de cada elemento.
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