La Corona Imperial del Estado Británico es una joya de inestimable valor dentro de la Colección Real. El término corona imperial se remonta al siglo XV cuando los monarcas ingleses eligieron un diseño de corona cerrada por arcos en señal de que la nación no estaba sujeta a ningún otro poder terrenal.
Hasta que la princesa Victoria de Hannover (1819-1901) accediera al trono en 1838 se utilizaba la corona de San Eduardo -creada en 1661 para la coronación de Carlos II- pero por pesar casi dos kilogramos se encargó a los joyeros Garrad & Co. el diseño de una las joyas más imponentes de la realeza europea.
Realizada en los talleres de Rundell Bridge & Rundell, más allá del valor extrínseco por las piedras preciosas que la conforman, detenta una profunda simbología vinculada a la historia de Gran Bretaña. Está hecha en oro, platino y plata, y conformada por un círculo calado sobre el que se asientan cuatro flores de lis y cuatro cruces partidas.
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