27.Mar.2017

El diamante es la gema más fácil de gestionar y de vender. En las creaciones de joyería, combina con todo tipo de piedras y cuentas, aporta luz y continúa fascinando a mujeres y hombres. En 1994, durante las celebraciones de los 700 años de la dinastía monegasca, Alberto Repossi, conocido como “el joyero de los reyes”, se convirtió en el proveedor oficial de la familia Grimaldi. Tres años más tarde, muchos le conocieron porque de su boutique de la Place Vendôme procedía el anillo de compromiso que Dodi Al Fayed pretendía regalar a Lady Diana de Gales.

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Alberto Repossi encarna la tercera generación de una familia de joyeros que, además de en Turín (su ciudad natal), tiene sedes en Montecarlo, París y Londres, tiendas en casi todo Japón y un taller de talla en Valenza Po, no lejos de Turín. Él no lo duda: India ha sido la patria por excelencia de todas las piedras: “Hasta comienzos del siglo XX, sólo procedían de allí», destaca. Igual que el oro y el petróleo, el diamante ha sido un instrumento de poder desde la época del Impero mogol, y sigue siéndolo en los países en que se produce.

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Hay que decir que el mercado mundial de los diamantes sólo es libre en un 20%, en manos de los propietarios de minas, mientras que el resto es un duopolio: el 60% está controlado por la sudafricana De Beers y el otro 20% por un consorcio formado por las minas australianas de diamantes coloreados, Brasil y Canadá. “Algunas minas de diamantes se agotan, pero se abren otras, como últimamente en Angola (no controladas por De Beers, sino por dos grupos rusos), en Botswana y en Madagascar.

El precio del diamante está controlado en la fuente y sube cuando se cierra voluntariamente una mina. La primera crisis del diamante, como la del petróleo, tuvo lugar en 1970, cuando su cotización descendió un 50% por exceso de producción. “El diamante tiene una rareza oficial, puede desaparecer artificiosamente a causa de fuertes intereses financieros, y sin embargo conservar toda su magia”. No se puede decir lo mismo de los diamantes de más de 10 quilates, muy raros y, en consecuencia, claros objetos de inversión. “Un diamante así, aunque no sea perfecto en términos de pureza, se vende incluso en épocas de crisis».

La calidad de la piedra y su pedigrí son factores que hacen que el precio se mantenga también en tiempos de crisis, pero por sí solos no garantizan una inversión. Hoy el mercado ofrece oportunidades de inversión alternativas, como la compra de diamantes a través de la intermediación bancaria. En cualquier caso, la alta joyería no debe verse sólo como una inversión, porque es principalmente una cuestión de elegancia: “El estilo de las nuevas generaciones ha evolucionado”, señala Repossi. “A menudo se dedican a la conversión de joyas antiguas. Por consiguiente, el mercado se ha vuelto muy refinado».

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